viernes, 16 de octubre de 2015

Puente de San Cristóbal sobre el Cubanicay



Solo dos estribos, y de poca luz entre estos para sostener la losa.  El declive es minúsculo, y la altura del puente no rebasa los tres metros, pero lo suficiente como para no temerle a las crecidas, y solo en época de temporales. Debe estar cumpliendo, o se acerca a los cien años este puente, -yo diría solitario, sin nombre, sin placa que acredite fecha y constructor. Un detalle me remite a otro puente: las columnas que una vez sostuvieron sus farolas. El fuste corintio de las columnas, con acanaladuras de ángulos matados, y los caulículos y las hojas de acanto del capitel tienen la misma factura que las columnas utilizadas para el alumbrado en el Puente General Monteagudo, construido en 1915. De las cuatro columnas, sólo dos, sobre la baranda norte del puente, están en pie, y de las dos de la baranda sur, una desapareció y de la otra queda un tercio. Si volvemos a un siglo atrás, el sector era más bien periurbano, y la calle urbanizada se detenía en el camino que llevaba a la Cruz del puente, que había sido puente del Minero y más tarde de Isabel II, también sobre el mismo río Cubanicay. Los parajes alrededor del puente que nos detiene, eran de manigua boscosa. Al pasar el río, un trillo rural iba haciendo curvas hasta perderse en el campo, a los pies del Capiro, al este de la ciudad. En la década del 1940 comenzaron a levantarse viviendas, y en la siguiente década, aparecieron modestos chalets, la urbanización se le conoció como Reparto Bengochea, y la calle San Cristóbal (rebautizada Eduardo Machado con el advenimiento de la República) a un lado y otro del puente se hizo una sola. El puente de San Cristóbal se convirtió en el paso hacia el Este, que comenzaba a desarrollarse urbanamente, y la arteria que llevaba hasta el estadio de pelota, aún en uso. Actualmente el puente de San Cristóbal es una de las vías de acceso a los mercados del Este de Santa Clara, lo que trajo consigo una reorganización vial. Al pasar el puente en su extremo oriental, aparece el cruce con la calle que hacia el Norte lleva al Agromercado Estatal de Santa Clara (también conocido como mercado de Buen Viaje) y al mercado agropecuario de campesinos (no sé si es así como se escribe). Hacia el Sur, la calle lleva al área conocida como “del Sandino”, por estar a proximidad del estadio del mismo nombre. Los alrededores del puente de San Cristóbal tienen sus paradojas, el río arrastra suciedades que vienen de otros sectores y se acumulan con las ya vertidas por los ribereños, un plan de urgencia promueve la limpieza, y buldóceres y otros equipos se afanan por cambiar la imagen de las orillas del Cubanicay, a veces sin tener en cuenta a los viejos árboles que no piden otra cosa que morir de viejos allí, donde nacieron. Al poco tiempo vuelven a surgir los vertederos. Pero la incoherencia de este submundo que bordea al río es el hábitat urbano: en la orilla Norte han emergido dos bloques de viviendas, de dos pisos, bien construidas y bien protegidas por una cerca tipo peerless; en la orilla Sur, las viviendas delatan pobreza y la miseria de sus ocupantes, construidas con tablas, zinc, cartones, tejas, ladrillos, bloques, todo es bueno para irlas “mejorando” hasta ver qué pasa en la venidera temporada ciclónica. Las vacas, bueyes y carneros, teniendo yerba que pastar ni por enterado se dan, la orilla húmeda del Cubanicay los conforta. ©cAc-2015


lunes, 12 de octubre de 2015

Puente “El Gallego” (II)


Treinta años después de haberse construido el puente sobre el Bélico donde terminaba la calle Calvario, la Isla se desempolvaba del yugo colonial español. Corría 1898. Las aguas del Bélico corrían presurosas buscando donde morir o compartir sus arrastres. La gente cruzaba el puente, y no precisamente “El Gallego”, cruzaban y lo siguieron cruzando hasta casi a finales de la década del veinte, cuando por necesidades de la ingeniería, el puente fue desmontado. El puente cumplía ese año 1928, sesenta años de erigido, y la población villaclareña lo llamaba por el nuevo nombre de la calle, Marta Abreu. Desde un año antes, ya habían comenzado los trabajos de la Carretera Central, larga de 1250 kilómetros entre La Habana y Santiago de Cuba, y que atravesaba Santa Clara desde el Oeste al Este. Y precisamente, la nueva obra vial estaba proyectada para que al acercarse al río Bélico, lo contornara y bifurcara hacia la derecha, y en esa curva se imbricarían la calle Marta Abreu, y la dicha carretera. Al ser la calle Marta Abreu una arteria de sentido único, del Parque hacia el río, con uno de sus estribos en parte de la calzada a construir, hubo de ejecutarse una obra de fábrica que permitiera enlazar la “calle – puente” con el carril en dirección a la capital, y al mismo tiempo, una salida hacia la izquierda para incorporarse al carril en dirección al Oriente. Notemos que en ese momento el tráfico automotor, y con ayuda de un agente de tráfico, doblar a la izquierda para incorporarse a la Carretera Central no era un problema. A veces me pregunto si en lugar de una salida de Marta Abreu a la carretera, el proyecto vial estaba concebido para incorporarse a Marta Abreu desde la carretera, sólo que el ancho no es el mismo en toda la extensión de la calle. Volvamos al puente. La obra de fábrica proyectada para este engarce de calle y carretera dio al traste con parte de la subestructura del puente construido en 1858, y con toda la superestructura, es decir, el tablero y la estructura portante.  Las barandas de El Gallego fueron demolidas y la nueva balaustrada fue concebida como las proyectadas para el resto de las obras de la Carretera Central. Igualmente hubo de trabajarse en la canalización del río, los tubos de desagüe y la red de alcantarillado. El puente sobre el Bélico, dejó de ser aquel que se construyera en 1858 y mantuvo el mismo nombre que la calle, Marta Abreu, en homenaje a la benefactora de la ciudad. ©cAc-2015
Detalle de las barandas del puente en consonancia con las fabricadas para la carretera Central.
La curva donde se insertó la calle Marta Abreu con la carretera Central, en la década de 1940.


La baranda del puente de la calle Marta Abreu y que hace la curva con la carretera Central.
Basurero vecinal entre el río y las casas que bordean la orilla derecha del Bélico, a las cuales se accede por Padre Chao. Foto tomada en el 2009.
En época de seca, el río Bélico es apenas un curso de agua sin profundidad del cual emergen todas las basuras que son botadas en sus orillas. Foto tomada en el 2011.
Viviendas miserables levantadas en la margen izquierda del río Bélico, y a las cuales se entra por la calle Real (General Gálvez). Foto tomada desde el puente de la calle Marta Abreu en el 2009. 

martes, 6 de octubre de 2015

O'Donnell, puente de los buenos



Quiso la Municipalidad de Santa Clara perennizar la visita que hiciera el gobernador de la Isla O’Donnel a la villa en 1845 y estimó honrar con su nombre al puente construido sobre el arroyo de la Tenería, también conocido como Botijuela por los más viejos. El puente, debajo de su primera piedra guarda como tesoro en una pequeña caja, todos los documentos alusivos a su construcción. La obra, inaugurada el 11 de junio de 1846, fue costeada a través de una suscripción pública.
Autoridades de la villa y muchos poblanos pasearon por las calles de Santa Clara el retrato al óleo de la reina Isabel II que había regalado el Capitán general a la ciudad y lo llevaron consigo hasta el puente en cuestión.
El puente fue construido en el camino que enlazaba el cementerio y la calle Santa Elena (hoy Independencia) sobre un modesto curso de agua que casi ha desaparecido sirviendo de basurero por la falta de civismo de los vecinos y de todo aquel que construyendo necesita botar escombros.

Pero no tuvo suerte el insolente Capitán general de la Isla en la honra que le hacían las autoridades santaclareñas. El puente era paso obligado de los cortejos fúnebres en su camino al cementerio. Y al llegar allí, dolientes, condolientes y llorones ya estaban fatigados. La carroza aminoraba la marcha o se detenía. Y cuando se detenía bajo un sol implacable, aquellos cuyo oficio era despedir el duelo y dar el último adiós a los muertos, aprovechaban para decir su panegírico. En ese dircurso todos los muertos eran buenos y los oradores exaltaban virtudes desconocidas. Escandalosas queridas e infieles maridos, ladrones y timadores, asesinos, hijos abominables y padres déspotas, rencorosos vecinos y avariciosos comerciantes, chulos y vividores, todo el mundo al partir recogía allí su aureola de bueno. Desde entonces, el puente se convirtió en el puente de los buenos.
El puente todavía en pie por la solidez de sus cimientos y vital en una calle que atravesaba la ciudad de este a oeste, suspira sin discursos bajo el maquillaje de cal que no ha perdonado tan siquiera las tarjas que lo señala. O’Donnell hace parte de la memoria colonial y aunque representara un período amargo de la historia insular, el puente no debe ser vergüenza para el patrimonio local. ©cAc


La cal no permite leer lo inscrito, pero sobre las tarjas dice así :

LA VILLA D SANTA CLARA
AL Exmo Sr CAPITAN GENERAL DE LA ISLA
D. LEOPOLDO O’DONNELL

 EN MEMORIA

DE LA VISITA QUE SE DIGNO HACERLE
EL 28 D DICIEMBRE D 1845



Y en la otra tarja, y en la que el graffiti no la ha perdonado, está inscrito :

PUENTE
DE
O’DONNELL
AÑO DE

MDCCCXLVI

domingo, 4 de octubre de 2015

Puente de Santa Elena, Santa Clara 1820

Durante la tercera etapa evolutiva del urbanismo en Santa Clara, es decir entre 1800 y 1860, fueron construidos tres puentes. El primero de estos puentes fue pensado por las autoridades del Cabildo en 1818. El proyecto consistía en construir un puente sobre el río Bélico (de la Sabana), justo en el lugar conocido como Poza del Fraile, que se hallaba al final de la calle del Calvario. Existía entonces un paso que permitía cruzar el río para llegar al barrio Condado, que entonces abrigaba, el Corral del Concejo y el Rastro, ambos situados en una orilla del arroyo de la Tenería. Para llevar a cabo el proyecto, el Cabildo abrió una suscripción de contribución entre los vecinos, pues la obra estaba presupuestada en 8936 pesos. Otra idea del Cabildo fue permitir juegos y diversiones en la Plaza, y visto que tan solo en las primeras quince noches llegaron a reunir 1090 pesos, las autoridades mantuvieron la diversión nocturna durante algunos meses. A pesar de la recaudación, por parte de los vecinos y proveniente de los juegos públicos, aquel año de 1818 la obra no vio su comienzo. No sería hasta 1820 que el proyectado puente viera la luz. Pero no precisamente sobre la Poza del Fraile, donde terminaba la calle del Calvario. El puente fue construido sobre el río pero en la calle Santa Elena (actual Independencia), un itinerario más directo hacia el Hospital de San Lázaro y hacia el Cementerio. También a ese lado de la villa se levantaba el Polvorín y el camino hacia La Habana. El puente sobre el río Bélico construido en la calle Santa Elena, aunque no fue una obra de ingeniería de envergadura, sirvió como tal durante 102 años, y tuvo el mérito de ser el primer verdadero puente erigido en la villa por el Cabildo. ©cAc-2015

sábado, 3 de octubre de 2015

Derrumbe tras derrumbe…


…el patrimonio urbano se viene abajo y como las tejas, se vuelve añicos en la caída. Es una pena que el pasado patrimonial siga desapareciendo por la falta de voluntad de quienes tienen en sus manos el destino de nuestros edificios, de nuestro pasado pobre o rico, pero que no por ello merece desatención y abandono. Qué encontrarán las futuras generaciones de nuestro pasado colonial, neocolonial y de la historia urbana más reciente? Al salvar un inmueble, aunque no esté clasificado como histórico, bien cultural patrimonial o de raigambre arquitectural, se está salvando un paisaje que para su homogeneidad necesita de todo el conjunto urbano. La pérdida de uniformidad se acentúa cada vez más, y no solo por el abandono, falta de mantenimiento y poco interés de las autoridades competentes. La carrera por “mejorar”, modernizar, rehabilitar y mantener las viviendas, por parte de sus propietarios, está trayendo consigo la desaparición de fachadas que hasta ese momento hacían parte del eslabón de la homogeneidad del patrimonio urbano. La forma en que las autoridades locales le dan la espalda a la realidad que afronta el patrimonio urbano de Santa Clara, es un espaldarazo a la historia, y al futuro de nuestros centros históricos. La historia no es solamente independencia, guerras, política y revolución. La historia es nuestro paso cotidiano sobre los adoquines, la vida de nuestros antepasados, la heroicidad de actos simples, del agua transparente corriendo por el cauce de nuestros ríos. No pretendo darle vida y restablecer el pasado. Sólo traer a la memoria aquello que por modesto y feo o poco hermoso, hace parte de nosotros. La calle de Marta Abreu, desde Máximo Gómez y Parque hasta el puente sobre el río Bélico, además de ser una arteria importante del patrimonio arquitectural de la ciudad, es un eje vial que permite conectar el nordeste con el oeste. La calle que comienza estrecha a la altura del Parque va ensanchando hasta la intersección con la calle Alemán, y desde el cruce hasta el puente vuelve a tomar el ancho inicial. La calle Marta Abreu abriga un conjunto de fachadas que le permiten enorgullecerse de su evolución urbana a finales del siglo XIX y principios del XX. El patrimonio urbano y cultural, acaba de perder un inmueble que, aunque falta de encanto e interés arquitectónico, hacía parte de la uniformidad del paisaje. Por sus viejos muros y por su cubierta de tejas. Tiempo hace que la fachada perdió su aspecto original.
A finales del XIX, en la esquina de la calle Calvario y el callejón de Avileira, existía una construcción doméstica que además abrigaba un comercio. La fachada modesta tenía varias puerta-ventanas y puerta principal. La fachada fue rehabilitada con la República naciente, y se dotó de herrería y ornamentos que realzaron su diseño colonial, sin esconder su cubierta de tejas criollas. El comercio, -que todo parece indicar, tenía que ver con el recapado de gomas y automotriz,  se mantuvo en el inmueble y eso, durante las cuatro primeras décadas del XX. En la década del treinta, el local comercial se convierte en el Garaje Muzelle, una sociedad anónima que desarrolla las reparaciones, la venta de gomas y el material para autos, cuando en la isla aumentaba el transporte automotor. El propietario del Garaje Muzelle hizo levantar por la fachada de la calle Marta Abreu, -rebautizada así desde comienzos de siglo-, y por la pared lateral del callejón, rebautizado Rafael Lubián, una valla anunciando el garaje. En la fachada principal, el antiguo anuncio de gomas fue remplazado por un lumínico de neón, anunciando las gomas Seiberling y el propio garaje. Sobre la fachada, las tradicionales lámparas de bombas de opalina blanca, anunciaban igualmente el negocio Muzelle. El inmueble era vecino de otros comercios y sociedades importantes de la ciudad, a dos pasos una fonda, un hospedaje, viviendas de notables, almacenes de la cerveza Tropical, y un garaje, el Firestone, que estaba dotado de una bomba de gasolina. 
El paisaje urbano de la calle Marta Abreu comenzó a cambiar cuando en 1940 se coloca la primera piedra de la catedral de Santa Clara, en el terreno contiguo al garaje con el callejón de por medio. La catedral fue terminada en 1953, la calle siguió su ritmo cotidiano, y el garaje Muzelle mantuvo abierta sus puertas hasta un buen día, que no les puedo confirmar. Intervenido a su propietario por el gobierno revolucionario de 1959? No sé cuál fue la transformación del lugar y qué albergó durante tantos años. En los 90, creo que un grupo de emprendedores se instaló para hacer funcionar una peña nocturna, o algo así. Años más tarde, Teatro Laboratorio, quedó inscrito en negro sobre blanco en su fachada, del otro lado de la puerta, también sobre azulejos, CARTELERA. Para entonces, de la fachada neocolonial con sus grandes puertas-ventanas enrejadas nada quedaba. Los anchos muros de ladrillos provenientes de El Tejar sosteniendo la vieja carpintería y la cubierta de tejas, abrigaron Laboratorio Teatral Universitario, surgido en noviembre de 1998, y que más adelante se convertiría en Grupo Teatro Laboratorio. 
Fue precisamente en 1998, que el inmueble fue remodelado y convertido en sala de teatro, y sede del GTL cuyo director es Roberto Orihuela, reconocido actor desde su paso por el Grupo Teatro Escambray en los años 70, y comprometido artista de la escena villaclareña. Reviniendo a la remodelación del inmueble, -de hecho vetusto y falto de mantenimiento durante mucho tiempo, hay que apuntar que la fachada funcionaba independiente a la cubierta, es decir, no había unión estructural. Los tirantes, -originales, eran de madera, adoleciendo de que las fogonaduras estuvieran podridas. Durante una remodelación (la de 1998?), la solera de madera sobre el muro de la fachada, había sido remplazada por una solera de hormigón armado, sobredimensionada. Sobredimensión y peso hicieron su cruel trabajo y el derrumbe, avizorado con antelación, tuvo su día. Y ese día, el muro, y la cubierta, abofeteados por la lluvia y el mal tiempo, no dieron más de sí. La fachada se desplomó hacia la calle llevando consigo el peso de la viga. No hubo que lamentar víctimas por el desplome de la fachada, felizmente. Poco antes del derrumbe, el custodio del lugar había cruzado la calle para conversar con el custodio del inmueble que está enfrente. Y los turistas que habían aparcado el auto frente a la sala de teatro, andaban de paseo por el Parque Vidal. El coche de turismo quedó aplastado por el amasijo de hierro, madera, tejas y ladrillos. El post derrumbe tiene otro lado triste. Unos minutos más tarde aparecieron los saqueadores para llevarse todo el material de construcción susceptible de servir: vigas, viguetas, maderas, tirantes… El custodio ayudados por otros celadores intentaron poner freno al saqueo, y lograron salvar muchas cosas. Llamaron a la Policía (PNR) para que los ayudaran y por respuesta tuvieron “eso no es asunto nuestro, es responsabilidad de cada organismo de velar por lo suyo”. Cuál es el rol de la autoridad policial en esos casos? Otra pregunta que nos deja perplejos. Tocó el turno a los bomberos, que acabaron de tumbar y demoler lo que quedaba en pie, y luego fregaron el lugar con mangueras de agua. La esquina, justo al lado de la catedral, y en la importante calle de Marta Abreu, es una tapia de bloques, un muro sordo que no tiene fecha para desaparecer. Orihuela y su Grupo Teatro Laboratorio, acaban de perder, con el derrumbe del local sito en la esquina de Marta Abreu y callejón de Lubián, la sala que les permitía llegar al público de la ciudad de Santa Clara y proyectarse como hacedores de un proyecto comunitario (Proyecto Comunitario Utopía), y con acciones derivadas del quehacer del grupo, como el taller de dramaturgia. El director, preocupado por el estado del inmueble, que prometía un venidero derrumbe, había pedido hace más de un año el apuntalamiento de la estructura. No hace mucho en una emisión radial, Roberto Orihuela, -que llevaba años anunciando ese derrumbe-, dejó claro que en “Cultura” había muchos funcionarios sin funciones, y que no le permitían dejar de dar funciones en la sala, para no obstaculizar las estadísticas. Para la reparación del inmueble, las autoridades competentes venían anunciando desde hace un lustro, que el presupuesto para dicha rehabilitación constructiva existía. Y qué hacemos con el anuncio de presupuesto si al final el anuncio del derrumbe deja perpleja a la ciudadanía, a los hacedores de teatro, a su director, y a las propias autoridades, que no tuvieron toda la voluntad necesaria, que no hicieron todo lo necesario por salvar la sede del grupo, y por salvar una esquina que por fea que fuera hacía parte del equilibrio urbano de la calle Marta Abreu. ©cAc-2015

viernes, 2 de octubre de 2015

Puente « El Gallego »

Fue uno de los tantos y modestos puentes de la ciudad de Marta. Y para entender por qué “fue uno”, y que todavía lo es, hay que llegar al final de la historia. De mis recuerdos, de niño, de muchacho, de siempre, cuando alguien hace referencia al puente sobre el río Bélico que une la actual calle Marta Abreu y la carretera Central, lo hace nombrándolo “el puente de la calle Marta Abreu”. Sin embargo, el puente construido a principios de la segunda mitad del siglo XIX, fue bautizado con el apellido del que fuera en ese momento Teniente gobernador de la jurisdicción política y militar de la región, Matías Gallego Vallejo. La calle que fuera Amargura en los primeros años de fundado el villorrio, no conoció puente sobre el río en esa época. Con la extensión hacia el oeste, el río fue pasable por un paso de madera, paso que llevaba al Condado, cuando entonces ese “nuevo” barrio abrazaba terrenos a uno y otro lado de la actual carretera Central, es decir entre las calles Rafael Tristá y Coronel Gálvez. El paso de madera seguramente se deterioró muchas veces, era bajo y las crecientes de primavera lo arrastraban consigo. El paso se convirtió en puente de madera años más tarde y así se mantuvo hasta 1858. El puente “El Gallego” fue inaugurado en diciembre de ese año, y nombrado así por el Cabildo, cinco meses antes de su inauguración, según consta en el Acta Capitular del 22 de mayo. Santa Clara estaba a las puertas del término de su tercera evolución urbana que va de 1800 a 1860. El nuevo puente que era un viejo anhelo de los villaclareños, prometía un futuro de desarrollo hacia el oeste, y se convertía en una obra segura para el desplazamiento de sus habitantes. El Gallego, como oficialmente fue nombrado el puente, no caló totalmente en la oralidad popular de la entonces villa. El puente de la calle del Calvario, que a todas luces terminaba allí, donde el Bélico le hacía barrera, fue el denominativo por el que se le conoció, y así continuó durante el resto de la segunda mitad del XIX. La historia evolutiva de este puente no termina aquí. Santa Clara obtiene su título de ciudad en 1867, el progreso se afinca y los villaclareños ganan conciencia de su lugar como cubanos. Un año después el Grito de Yara en la Demajagua, anuncia el inicio de la primera guerra de independencia contra el colonialismo español. ©cAc-2015

Puente “El Gallego” con respecto a la plaza del Recreo (1858)
Sitio exacto en el que fue construido el puente “El Gallego” en 1858